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Secretaría de Investigación y Vinculación Tecnológica | Universidad Nacional Arturo Jauretche

State and social policies. Territorial analysis of the change in the political cycle

Matías Triguboff[1] (UNAJ)

Resumen

Actualmente, nuestra región está atravesando un nuevo ciclo de transformaciones que impacta sobre las políticas públicas y modifica la matriz productiva del país. La etapa actual, que algunas autoras y algunos autores denominan “neoliberalismo tardío”, en cuanto modelo económico, social y geopolítico, establece una nueva agenda que propone un cambio cultural y una reformulación del rol del Estado. En ese contexto, los cambios en la distribución de los ingresos, el aumento de la pobreza y el desempleo, así como la intensificación de la movilización y la protesta social, completan un panorama que advierte el cambio de época. Este escenario obliga a poner nuevamente en discusión los conceptos y las categorías que utilizamos para estudiar estos procesos sociales. En ese marco, el presente proyecto de investigación buscó analizar y comprender las prácticas sociales vinculadas con tramas organizativas y modos de interpelar el Estado, identificando continuidades y rupturas con la etapa política anterior.

Palabras clave: Estado, neoliberalismo, políticas públicas

Abstract

Currently, our region is going through a new cycle of transformations that impacts public policies and modifies the country’s productive matrix. The current stage that some authors call “late neoliberalism” as an economic, social and geopolitical model, establishes a new agenda that proposes a cultural change and a reformulation of the role of the State. In this context, changes in the distribution of income, the increase in poverty and unemployment, as well as the intensification of mobilization and social protest, complete a panorama that warns of the change of era). This scenario forces us to once again discuss the concepts and categories that we use to study these social processes. In this framework, this Research Project sought to analyze and understand social practices linked to organizational plots and ways of challenging the State, identifying continuities and ruptures with the previous political stage.

Keywords: State, Neoliberalism, Public politics

Introducción

La asunción de Mauricio Macri a la Presidencia en diciembre de 2015 inició un ciclo que reconfigura el rol del Estado y las modalidades de desarrollo de las políticas públicas en la Argentina. Los argumentos centrales del consenso de Washington reflotaron con fuerza para proponer una modalidad diferente de relación entre el Estado y la ciudadanía. En esta investigación estudiamos algunas dimensiones de la etapa, analizando cuáles son las continuidades y rupturas que lleva adelante este gobierno. Esperamos que el trabajo realizado brinde nuevas herramientas analíticas para comprender la situación de estos años, en el marco de grandes transformaciones gestadas a nivel regional y mundial.

Sobre las denominadas “nuevas derechas”

En los inicios del siglo XXI, una fuerte crisis económica, política y social abrió un nuevo ciclo político y económico en América Latina. Una economía en recesión, altos niveles de endeudamiento, crecientes tasas de desempleo, aumento de la pobreza y mayor conflictividad social pusieron en crisis el neoliberalismo. El surgimiento y ascenso de diferentes gobiernos de base popular reflejó el fracaso de los gobiernos de derecha que habían aplicado las recetas neoliberales durante la década de 1990. Estos nuevos gobiernos llevaron adelante medidas que apuntaban a una revalorización del Estado en términos de regulación, de actor económico, de promotor de políticas de inclusión social y ampliación de derechos sociales, en el marco de un contexto internacional favorable por el aumento de precios de los commodities, que sirvieron de sustento económico y financiero para este proceso.

El centro de debate en los trabajos que en un comienzo analizaron esta nueva etapa tenía que ver con cuáles eran los puntos de continuidad y ruptura con el modelo anterior. Si bien discursivamente las propuestas de los gobiernos progresistas indicaban una transformación de fondo, las características estructurales de cada país y la impronta de cada gobierno complejizaba el análisis del proceso en su conjunto (Vilas, 2011). El concepto de posneoliberalismo surgió como una herramienta analítica para identificar diferentes grados de negación del modelo neoliberal que no terminaban de constituir una etapa radicalmente nueva (García Delgado y Peirano, 2011; Sader, 2009).

Podemos distinguir tres dimensiones para analizar el posneoliberalismo e identificar cuáles fueron sus principales características (Nercesian, 2017). Primero, desde el punto de vista político-ideológico, los gobiernos estuvieron impulsados a partir de un fuerte liderazgo con características de centroizquierda o izquierda gradualista y pragmática, con el objetivo de responder a una serie de demandas insatisfechas de los sectores más vulnerables. De esta manera, elaboraron políticas con una agenda heterogénea, que combinaron mecanismos de mercado con mayores grados de regulación estatal y de participación social. Si bien algunas autoras y algunos autores detectaron referencias más cercanas a la definición de populismo o de izquierdas, en todos los casos las propuestas se basaron en referencias históricas que los precedieron.

Segundo, estos gobiernos se caracterizaron por tener un fuerte vínculo con los movimientos sociales, que habían tenido un rol central en los procesos de protesta y resistencia al orden neoliberal previo. En este marco, la agenda de temas y demandas de estas organizaciones ocupó un lugar central en las políticas estatales, atravesadas por la tensión entre la autonomía de los movimientos sociales respecto del gobierno y la posibilidad de realización de sus demandas.

Finalmente, estos gobiernos se desarrollaron en una trama sociohistórica regional y una correlación de fuerzas determinada que permitió la llegada al poder de este tipo de propuestas políticas, a partir de un ciclo de acumulación histórica de ciertos movimientos políticos que fueron claves en cada país.

Con todo, la mayoría de los gobiernos progresistas que protagonizaron esta transformación entraron en crisis. En muchos casos fueron reemplazados por propuestas que recuperan las bases del modelo neoliberal. Así como las “nuevas izquierdas” surgieron como consecuencia de la crisis de las políticas neoliberales, las “nuevas derechas” se conforman como respuesta a los gobiernos progresistas, que no pudieron consolidarse como proyectos políticos de largo plazo.[2]

La baja de los precios del petróleo y las materias primas, y la reducción consecuente de los recursos económicos y financieros para llevar a cabo políticas sociales, imposibilitaron, en parte, una transformación de fondo del modelo político y económico. En un contexto en el cual las características sociológicas de las clases medias y populares son diferentes a las del siglo pasado —regidas por los valores del consumo, donde focalizan sus preocupaciones en cuestiones privadas, tales como su propiedad, seguridad, reducción de impuestos y bienestar personal (Lópéz Segrera, 2016)—, la “nueva derecha” aprovecha la progresiva pérdida de base social de los proyectos posneoliberales, a partir de la imposibilidad gubernamental de sostener los recursos para mantener los niveles de consumo de años anteriores.

Ahora bien, ¿por qué llamarlas “nuevas derechas”?, ¿qué hay de novedoso en estos gobiernos respecto de la década de los noventa?

Actualmente quienes abordan esta problemática proponen distintas categorías, tales como “nueva derecha” (López Segrera, 2016; Natanson, 2018; Barriga y Szulman, 2015; Vommaro y Morresi, 2015), “neoliberalismo tardío” (García Delgado y Gradin, 2017), “neoliberalismo zombie” (García Linera, 2018) o “derechas visibilizadas” (Barolín, 2017).

En términos económicos, las investigaciones mayormente coinciden en que estos gobiernos tienen características similares a sus primos hermanos anteriores: fuerte proceso de concentración de la riqueza, aumento exponencial de la deuda externa, apertura económica, desindustrialización, achicamiento del Estado en su tamaño y en sus funciones, aumento del desempleo y pobreza, desregulación, desindustrialización, reducción de los salarios y niveles de consumo.

Respecto del contexto social y político, advierten que a nivel internacional ya no existe la anuencia que se dio en el momento de la elaboración del llamado “Consenso de Washington”. El contexto de un mundo multipolar, agravado por el estancamiento económico y el proteccionismo de los países centrales, es totalmente diferente a la fase aperturista y unipolar de 1990. Es un “neoliberalismo zombie que sobrevive de sus viejas victorias”, pero actualmente toma medidas contrarias a sus propios preceptos de libre mercado, libre empresa y globalización (García Linera, 2018: 10).

La discusión más importante entre quienes abordaron esta problemática radica en la dimensión política del proceso actual, vinculada al carácter democrático y posneoliberal. Entre los aspectos centrales analizan cuáles son las formas en las que deciden disputar la democracia; de qué manera intentan imponer su agenda; cuáles son los rasgos comunes y las particularidades de cada caso; su momento fundacional; sus estrategias y su composición.

Por un lado, un aspecto distintivo de las nuevas derechas es que, a diferencia de los métodos utilizados durante las últimas dictaduras militares, han irrumpido en la escena pública y electoral, alcanzando uno de sus objetivos centrales que, a su vez, los unifica: la necesidad de hacerle frente a las fuerzas políticas de izquierda y centroizquierda consolidadas electoralmente y en ejercicio del poder.

Por otro lado, un aspecto en el cual hacen hincapié varios de los estudios realizados tiene que ver con una suerte de aggiornamento de las derechas por el cual parecerían aceptar algunos de los derechos sociales conquistados y, a su vez, proponer una estrategia de asimilación y no confrontación (Natanson, 2018). El anticonflicto, la disputa posideológica, la “buena onda” y la “frescura” son aspectos que aparecen recurrentemente, en algunos casos con más fuerza que en otros. En este sentido, también podemos establecer contrapuntos con las derechas tradicionales. Las nuevas derechas se vieron obligadas a plantear, al menos discursivamente, que sostendrían las políticas de inclusión social implementadas por los gobiernos progresistas. Consecuentemente, serían posneoliberales, en cuanto reivindican un rol activo del Estado en la economía, destacan la importancia de la educación y la salud pública y prometen mantener las políticas sociales.

Ahora bien, más allá de que son expresiones políticas novedosas en sus formas de interpelación, no lo son en los grandes lineamientos que estructuran sus programas políticos (Barriga y Szulman, 2015). Respecto de su composición, contienen elementos de la “vieja política”, principalmente de las estructuras partidarias tradicionales. A la par, se nutren de diferentes actores de la sociedad civil, ya sea con origen en el mundo empresarial, thinkthanks o diversas organización no gubernamental (ONG) que proveen a estas fuerzas no solamente de cuadros técnicos para la gestión, sino también de dirigentes políticos, incorporando la jerga de la modernización, la transparencia y la eficacia (Canelo, Castellani y Gentile, 2018).

¿Dónde está entonces lo novedoso y lo democrático de estas propuestas? Hablar de “nueva derecha” y atribuirle características “democráticas” no es algo inédito en la historia; ya se llamó de esa manera a movimientos políticos surgidos en el contexto latinoamericano posdictadura a los que Samuel P. Huntington denominó la “tercera ola de democratización” (citado en Barolín, 2017:14). Por esa razón, Ezequiel Barolín (2017) propone clasificarlas como “derechas visibilizadas”, así lo que define este movimiento político no es su carácter democrático, sino su utilización retórica sobre la estabilidad de la democracia y sus instituciones. No son nuevas, sino que visibilizan lo que son. Apelan a la institucionalidad como factor de legitimidad y en las apariencias manifiestan cierto cuidado de las formas para cumplir sus objetivos, tal como se observa en las nuevas modalidades de inestabilidad política regionales, caracterizadas por regímenes estables en contextos de gobiernos inestables.[3] Recurren a distintas estrategias para llegar al gobierno, que pueden ser “electorales” o “no electorales”, como en los denominados golpes “blandos” de Honduras, Paraguay y Brasil (López Segrera, 2016).[4]

Por último, son novedosas también porque son temporalmente posneoliberales (Barolín, 2017). Deben actuar en sociedades que vivieron las políticas de los gobiernos progresistas previos que han podido superar el relato del “fin de la historia”, ampliando los derechos y las expectativas sobre mejores condiciones de vida, ingresos y oportunidades de la ciudadanía. A su vez, deben actuar en estructuras económicas y sociales que, empero, nunca terminaron de transformar de fondo las bases neoliberales (Stoessel, 2014).

La alianza Cambiemos

La Propuesta Republicana (PRO), tanto como el kirchnerismo, son producto de la crisis económica y política de 2001. Ambos surgen como una respuesta al agotamiento del modelo neoliberal, así como a la impugnación de la política institucional expresada en las movilizaciones y protestas de diciembre de 2001 (Vommaro y Morresi, 2015). La crisis partidaria desarticuló el polo no peronista y reposicionó al Partido Justicialista en su condición de predominante y de ancla del sistema de partidos argentinos (Torre, 2003); en esta etapa, el peronismo comenzó a denominárselo mayormente como “kirchnerismo”. El PRO constituyó la otra pata del sistema de partidos regenerado. Un partido moderno y estructurado con fuertes afinidades con el pensamiento liberal y favorable al libre mercado, aunque de carácter “supraideológico”, con cuadros provenientes de la sociedad civil, las ONG y las empresas, así como del peronismo y el radicalismo (Malamud, 2016).

El PRO se constituye con un nuevo ethos político caracterizado por el emprendedurismo, que aborda la dimensión económica desde la “gestión” y la dimensión política a través del “voluntariado” (Vommaro, 2014). Así, propone llevar al Estado la eficiencia y la transparencia que supuestamente impera en el ámbito privado y la sociedad civil, y eligió como espacio de lanzamiento y de construcción la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Hasta 2011, el éxito del PRO se limitaba a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la intendencia de Vicente López y el triunfo circunstancial en 2009 en la provincia de Buenos Aires en alianza con Francisco de Narváez. Ya para 2013, inició un giro en su discurso político orientado a constituirse como una fuerza nacional. Tal como otras experiencias de derecha en la región, a través del discurso de “buena onda” intentaba romper los prejuicios del imaginario colectivo que lo identifican como un espacio antipopular y ligado a la vieja derecha golpista de los años 1950, 1960 y 1970, y apostaba a buscar la simpatía de los sectores del peronismo y al apoyo de las grandes mayorías. Como parte de esa dinámica, “Macri” pasó a ser “Mauricio”, proponiendo dejar atrás los viejos paradigmas de izquierda y derecha hacia un republicanismo liberal y una modernización gestionaria (Vommaro y Morresi, 2015).

En 2015, el PRO conformó la alianza Cambiemos, junto con la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica, la que propuso en candidatura para la presidencia y la vicepresidencia a Mauricio Macri y Gabriela Michetti. La campaña electoral buscó atraer votantes a través de la promesa de cumplir con demandas que el kirchnerismo no había podido responder, tales como la liberalización de la compra de divisas, la lucha contra la inseguridad, el levantamiento de las retenciones a las exportaciones, el fin de la inflación y la lucha contra la corrupción y, a su vez, el compromiso de que las políticas de gobierno que contaban con gran legitimidad quedarían en pie. La síntesis fue “no voy a cambiar las cosas que sí se hicieron bien” (Política Argentina, 6 de octubre de 2015). Así alcanzaron la victoria en el ballotage, frente a un peronismo dividido. Por un lado, Unidos por una Nueva Alternativa llevaba la candidatura de Sergio Massa- Gustavo Saenz. Por otro lado, el Frente para la Victoria, que por Constitución no podía presentar a su dirigente con más popularidad, Cristina Fernández de Kirchner, como candidata presidencial, tampoco logró conformar una campaña electoral que pudiera darle la fuerza suficiente a la postulación de Daniel Scioli-Carlos Zanini.

De este modo, al igual que otras experiencias latinoamericanas, la propuesta de Macri de una visión modernizante que reniega de la política tradicional y se plantea como posideológica, en cuanto nuclea distintas expresiones, logró su objetivo. El PRO terminó de consolidarse como un partido exitoso, ya que pudo alcanzar el poder renunciando al principismo ideológico de los partidos de derecha anteriores. Su pragmatismo le permitió sumar líderes y cuadros provenientes del peronismo, a la vez que implementó una combinación de una estrategia de construcción territorial, combinada con prácticas propias de partidos profesionales electorales (Bohoslavsky y Morresi, 2016) y una fuerte presencia en las redes sociales.

El gobierno de Cambiemos: “Veníamos bien, pero de golpe pasaron cosas”[5]

El 3 de septiembre de 2018, el presidente Macri se dirigió al país con un discurso grabado:

En estos meses se desataron todas las tormentas juntas, pero no por eso vamos a perder las esperanzas; debemos madurar como sociedad y no seguir viviendo por arriba de nuestras posibilidades ni convivir más con la corrupción […]

Durante mucho tiempo nos fue bien. La economía creció casi dos años seguidos, bajamos la pobreza y creamos cientos de miles de puestos de trabajo. Dimos vuelta la situación de la energía, con mucho sacrificio, y hoy gracias a Vaca Muerta y otras inversiones pronto vamos a tener energía abundante, que va a generar mucho trabajo y dólares para el país. Logramos además poner en marcha industrias como las renovables, el turismo, las industrias del conocimiento, muchos sectores que nos marcan que tenemos un enorme futuro. El transporte para los argentinos se hizo más accesible, tanto en avión como por vía terrestre; hicimos y seguimos haciendo una infraestructura en rutas, aeropuertos, trenes de carga, telecomunicaciones, que nos están permitiendo conectar este país grande y maravilloso que tenemos. Y dimos un impulso fundamental al campo, nuestra gran industria de calidad mundial, que respondió con una cosecha récord, antes de sufrir la sequía de este año.

Pero después de dos años y unos meses, la situación cambió. Y en buena parte por cuestiones que están fuera de nuestro control. Primero, sufrimos la peor sequía en más de medio siglo y también ustedes saben que por una mala política del Gobierno anterior, actualmente importamos petróleo, y desgraciadamente, el precio del petróleo en el mundo aumentó. Subieron las tasas de interés en EE. UU. a un ritmo más rápido, el más rápido en los últimos años. Y China y EE. UU. iniciaron una batalla comercial que perjudicó a países como el nuestro. Todos estos cambios en el mundo no los podíamos prever y los estamos enfrentando de la mejor manera […]

También otras dudas las generamos como argentinos porque no fuimos capaces de demostrar unidad en nuestro compromiso de avanzar con las reformas estructurales […] Lo que tenemos que enfrentar es un problema de base que es no gastar más de lo que tenemos. Creo que en los argentinos, en todos nosotros, ha crecido la conciencia de que no podemos seguir gastando más de lo que tenemos, vivir por encima de nuestros ingresos y mucho menos convivir con la corrupción. Tenemos que seguir haciendo todos los esfuerzos para equilibrar las cuentas del Estado. Este es un proceso y en ese proceso todavía faltan muchas decisiones para que lleguemos a ese equilibrio […]

Para mí no es fácil, quiero que sepan que estos fueron los peores cinco meses de mi vida después de lo de mi secuestro […]

Nos toca vivir el siglo XXI, que es un siglo lleno de desafíos, de conflictos, pero existe una gran oportunidad para los argentinos, si somos capaces de madurar y aceptar cuáles son las tareas que tenemos pendientes hace muchos años […] (Infobae, 3 de septiembre de 2018).

Mauricio Macri cumplió 1000 días al frente de la Presidencia hundido en una “tormenta”, tal como la definió. Promediando su tercer año de mandato, el dólar cotizaba en torno a los 40 pesos (un 100 por ciento más alto que a comienzos de la corrida cambiaria, a fines de abril) y todas las cifras previstas en el presupuesto 2018 habían perdido relevancia: se esperaba una inflación del 42 por ciento anual (27 puntos por encima de la proyección) y el crecimiento, que había sido pautado en 3,5 por ciento anual, caería al menos en un 2,4 por ciento, de acuerdo a lo admitido por el propio ministro de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne (Perfil, 3 de septiembre de 2018). En este contexto, la estrategia del gobierno fue afianzar la construcción de su propio relato, trasladando la responsabilidad de la situación crítica de la Argentina a factores externos, ajenos a su responsabilidad o arbitrio.

En el discurso macrista, todas las iniciativas llevadas a cabo desde el 10 de diciembre de 2015 deben ser entendidas a partir de la necesidad de un “sinceramiento”: la Argentina necesitaba un “cambio” y desde allí todo se justifica sobre la base de la “pesada herencia”. Ninguna de las mejoras económicas prometidas se cumplió, pero el relato –ayudado por los grandes medios de comunicación– aún puede ser calificado de exitoso. Si el desempleo aumentó, es porque el gobierno kirchnerista lo ocultaba con la generación de empleo “artificial”; si la inflación no se detiene, se debe al excesivo gasto público heredado; si las medidas económicas no han provocado una “lluvia de inversiones”, es por las “trabas” de la era K (poca seguridad jurídica, economía regulada, demasiado poder discrecional al Estado). A su vez, ciertas situaciones del contexto internacional (aumento del precio del petróleo y la tasa de interés de los Estados Unidos, batalla comercial entre los Estados Unidos y China, etc.) son explicadas, a través de metáforas climáticas, como algo totalmente impredecible e imponderable.

Las elecciones de renovación parlamentaria de 2017 muestran que este relato consigue persuadir a un grupo importante de la población argentina. La alianza Cambiemos no solo obtuvo el apoyo de los sectores beneficiados por sus medidas económicas, como por ejemplo la “pampa sojera”, sino que también logró ganar las elecciones en la provincia de Buenos Aires, alcanzando más votos que Cristina Fernández de Kirchner. Los votos de los sectores sociales cuyas condiciones económicas atraviesan un importante deterioro fueron la clave. La estrategia comunicacional del gobierno logró “desenganchar” la situación material de un sector importante de la ciudadanía de su comportamiento político-electoral (Natanson, 2018, p. 27).

De manera sintética, entre las principales medidas llevadas adelante por el gobierno desde 2015 podemos mencionar: liberación inmediata del mercado de cambios, eliminación o reducción de las retenciones a las exportaciones, despidos de empleados públicos, suspensión, reducción y desfinanciamiento de políticas públicas (fundamentalmente en las áreas de educación, salud, ciencia y tecnología), paralización de obras públicas, ajuste tarifario, reforma jubilatoria y migratoria, apertura indiscriminada de las importaciones, aceptación de los reclamos exigidos por los llamados “fondos buitre”, megaendeudamiento externo.

Del mismo modo, entre las principales consecuencias de estas medidas se destacan: devaluación del orden del 100 por ciento, caída del salario real, altas tasas de interés, aceleración del proceso inflacionario, financiarización de la economía, caída de la producción fabril y cierre de pymes, precarización del empleo, despidos y suspensiones en la actividad privada, aumento de protestas y conflictividad social, aumento del desempleo y la pobreza, reducción de las ventas y el consumo.

A través de este proceso, la alianza Cambiemos ha implementado un proyecto político que apunta a reconfigurar la estructura de la sociedad, de la economía y su relación con el Estado, que degrada la política, asignándole un valor gerencial. De este modo, modifica los pilares fundamentales del régimen económico, político y social anterior en materia de inclusión social, intervención y ampliación del Estado y sus empresas, regulación económica y protección de la producción local con perfil industrialista, subsidios al consumo popular y las pymes en términos de tarifas, entre otros.

El proyecto “modernizador” macrista propone la reconciliación del país con su tiempo histórico, rompiendo con el ciclo kirchnerista, último resabio del siglo XX. Esta transformación no solo se relaciona con las políticas, sino que propone una forma de sociedad y economía basada en la política “managerial” que destierra el conflicto en pos de la gestión. Una gestión flexible, capaz de pasar de un Estado constituido por abogados a un Estado formado por chief executive officers (CEO) (Vommaro, 2016).

La meta es el achicamiento del Estado, suspendiendo y reduciendo las políticas de inclusión, liberando la economía y fomentando la valorización financiera con la consecuente desindustrialización, pobreza y desocupación. Sin embargo, cabe una pregunta: ¿podrá este nuevo régimen político y económico dar lugar a un modelo de acumulación coherente y duradero (Varesi, 5-7 de diciembre de 2016)? Los resultados electorales de diciembre de 2019 marcaron una fuerte disconformidad del electorado, no obstante desde una mirada más amplia no es sencillo avecinar como continuará el proceso.

Conclusiones

En los resultados de investigación aparecen algunos elementos que deberán ser necesariamente profundizados en otros trabajos e investigaciones.

El neoliberalismo contiene una serie de políticas de desregulación y liberalización que fueron pensadas en otro momento histórico; además, trae en su mochila el fracaso de su experiencia anterior. Paradójicamente, los partidos y las personas líderes que lo promueven aumentan su popularidad. Cuando los valores democráticos parecen perder relevancia, se muestran como la mejor respuesta al fracaso o pérdida de apoyo de las experiencias de izquierda o centroizquierda. En un contexto de grandes transformaciones tecnológicas, donde las instituciones democráticas tradicionales no logran contener las demandas y necesidades de la ciudadanía, por momentos parece tener más importancia la narrativa política que las propias políticas públicas.

Actualmente, la Argentina es una expresión de las principales transformaciones que se están produciendo en la relación entre el Estado, la ciudadanía y los partidos políticos. Cuando surgen cambios, la tendencia más común es identificarlos como algo novedoso, como un fenómeno que no había sucedido anteriormente. Sin embargo, el desafío es identificar en términos analíticos qué elementos eminentemente distintivos están presentes en el proceso para poder analizar con mayor precisión las líneas de continuidad y ruptura con experiencias previas. El punto central será estudiar las modalidades de intervención política y cómo el apoyo electoral se relaciona con los objetivos políticos y económicos de cada gobierno.

 

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Notas:

[1] mtriguboff@unaj.edu.ar

[2] Como referencia conceptual recuperamos la definición sintética de López Segrera (2016):

Izquierda y derecha son conceptos antitéticos. La derecha opina que las desigualdades son normales, mientras la izquierda considera que son el producto de relaciones sociales y de producción que marginan a los pobres y que con adecuadas políticas del Estado pueden solucionarse. Por eso, para la izquierda las desigualdades no son naturales sino artificiales y pueden y deben ser solucionadas mediante políticas estatales adecuadas. La izquierda anticapitalista piensa que es necesaria una revolución social para tomar el poder estatal y transformar la sociedad en beneficio del pueblo, pues el Estado es un instrumento de la clase dominante que tiende a perpetuar las desigualdades (p. 1).

[3] Estos procesos han sido analizados por diversos autores, tales como Marstintredet (2008), Ollier (2008), Pérez Liñán (2009) y Hochstetler (2008).

[4] Los gobiernos progresistas afrontaron diversos intentos de interrupción de sus mandatos presidenciales. Algunos no llegaron a consumarse, como los realizados contra los gobiernos de Evo Morales en Bolivia (2008), Rafael Correa en Ecuador (2010) y Hugo Chávez en Venezuela (2004, 2014, 2016); otros lograron cambiar el gobierno, como los que se efectuaron contra Manuel Zelaya en Honduras (2009), Fernando Lugo en Paraguay (2012) y Dilma Rousseff en Brasil (2016). En Haití hubo cuatro golpes de Estado (1991, 1994, 1996, 2004) (Nercesian, 2017).

[5] La penosa explicación de Macri a Lanata: “Veníamos bien pero de golpe pasaron cosas” (Infonews, 18 de junio de 2018).

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